LA TERAPIA GESTALT EN EL MARCO DE
LAS NUEVAS TENDENCIAS EN PSICOLOGÍA
Por Juan José Díaz
Articulo originalmente publicado en la Revista de Terapia Gestalt, de la AETG, nº 27 “25 años haciendo Terapia gestalt”pg 22, Ediciones La Llave, 2007
Introducción
Este es un artículo que trata de psicología y lo escribo pensando en lectores que no estén familiarizados con los términos y la jerga psicológicos, a veces diferentes del lenguaje terapéutico que utilizamos en la terapia Gestalt.
Voy a referirme a conceptos como Psicología Positiva, Mindfulness (mente plena), Emociones Positivas, Creatividad, Terapia de Aceptación y Compromiso, y otros. Mi propósito es exponer la afinidad que encuentro entre estos “novedosos” marcos teóricos y métodos terapéuticos, con los propios de la Terapia Gestalt, a la vez que perfilo la silueta de ésta en el ambiente psicoterapéutico de las nuevas tendencias.
Esta reflexión me ha surgido al percibir cómo en publicaciones profesionales especializadas para psicólogos aparecen con regularidad artículos que pueden considerarse, en conjunto, una avanzadilla de nuevas tendencias en psicología. Y aunque este fenómeno pudiera no pasar de ser una moda o un intento oportunista de algún colectivo profesional, quizá también indique la trascendencia de tendencias que pudieran consolidarse en un futuro y dar un cambio importante a la perspectiva psicológica del estudio y tratamiento de la salud y otros ámbitos.
Y, quien sabe, quizá estemos en otra oleada de un nuevo cambio paradigmático como ya se anunciaba en las postrimerías del movimiento humanista y en los hitos fundacionales de la psicología transpersonal. Sin embargo, lo que ahora observo proviene de nuevas tendencias en la psicología cognitiva y conductual, y de otros movimientos teóricos aún sin catalogar cuyos autores fueron cognitivistas, de labor sobradamente conocida.
En los artículos y textos en general a que me refiero, sus autores, todos españoles, consideran la psicología como una ciencia, en el sentido experimental del término. Es decir, no es una psicología coloquial de la experiencia, como usamos habitualmente en los medios gestálticos, sino una psicología que se basa en experimentos controlados, con muestras significativas, con delimitación y control de variables que influyan en el experimento, con grupos de control, etc. Además, las observaciones se objetivan, mediante medidas cuantificables y tratamiento estadístico. En suma, los criterios de una ciencia experimental y en general positivista.
Quiero aclarar desde el principio que el “positivismo” es un enfoque del conocimiento científico, que se basa en la certeza experimental, y que rechaza cualquier conocimiento especulativo, aceptado a priori o de tipo absoluto o universal. Y hemos de distinguirlo del término “positivo”, empleado en Psicología Positiva, que aquí no está ligado al positivismo, sino que es un calificativo usado con frecuencia en los enfoques a que me voy a referir.
En éstos, “positivo” tiene el significado de sentido polar, frente a “negativo”, como en el caso de las emociones positivas (alegría, gozo, confianza, etc.) frente a negativas (rabia, tristeza, resentimiento, etc.). Esta diferencia de “signo” es el fondo de la reflexión que voy a realizar y toma formas diferentes según se considere el diagnóstico, el estado afectivo, la creatividad, las capacidades humanas, etc.
Y para completar esta presentación quiero señalar que algunos de los autores de referencia hacen explícito que los contenidos de estas nuevas teorías o métodos terapéuticos no son nuevos en realidad sino que han sido tomados de otras escuelas psicológicas como el humanismo y en particular la Gestalt, haciendo también mención directa a otros métodos o técnicas afines como el psicodrama, la meditación vipassana, el trabajo con creatividad, la hipnosis despierta, etc.
Lo lamentable es que algunos de estos autores acompañan este reconocimiento de la raíz de sus “hallazgos” con un juicio devalorativo, argumentando que esos métodos en que se han basado, entre los que incluyen por generalización a la terapia gestáltica, no son científicos o son de dudosa validez terapéutica.
Sin entrar en una disquisición sobre la metodología de investigación en ciencia o la contrastación de validez terapéutica, sólo diré que advierto que estos autores olvidan que hay muchos métodos de hacer ciencia y no sólo el positivista. Excluyen así las investigaciones de las ciencias de estados de conciencia, la etnometodología, la descripción y narración de subjetividad, el análisis de contenido, el análisis estructural, los estudios de caso, y otros en que la cualidad es el valor principal.
Sin embargo, creo que estas manifestaciones tienen también un valor de autocrítica para el colectivo de terapeutas gestálticos, y ojalá en un futuro desarrollemos nuestras habilidades de elaborar la práctica, mediante investigaciones que aunque no sean estadísticas, incluyan al menos observaciones subjetivas, indicadores y descriptores de experiencias y procesos, estudios de caso único o de colectivos homogéneos, estudios longitudinales de eficacia clínica, etc. creando así una adecuada frontera de contacto entre nuestra peculiar forma de trabajar y nuestro ambiente terapéutico y científico.
Indicios de la fenomenología y el humanismo entre el positivismo
Antes del asentamiento de la Psicología Transpersonal, nominada como cuarta fuerza en psicología, habíamos aceptado tres grandes pilares: el Psicoanálisis, el Conductismo y el Humanismo. Respectivamente trajeron a la psicología actitudes diferentes para organizar el conocimiento y para aplicarlo en la terapia.
En concreto el conductismo se impuso, por su practicidad y posibilidad de control, a otros enfoques. En su primera generación fue la época del trabajo con contingencias, de la autoobservación protocolizada, del análisis y de la operativización de la conducta. Sus limitaciones dieron lugar a un segundo desarrollo de esa línea, el cognitivo-conductual, en que los factores cognitivos de la conducta tomaron relevancia, destacando la autoobservación de los procesos y contenidos cognitivos, y cómo éstos afectan a la conducta. Se trata de controlar el malestar y los factores que lo propician, encontrando en los procesos cognitivos la vía de acceso al sistema de representación y organización de los eventos privados que se consideran patológicos.
Recientemente los historiadores y analistas del desarrollo de la psicoterapia detectan tendencias que agrupan en lo que empiezan a llamar tercera generación. Las miras terapéuticas se ponen ahora en respetar los pensamientos, recuerdos o sensaciones sintomáticos, mientras que se procura alterar o desviar su función. Es decir, la ansiedad, un pensamiento recursivo, una idea irracional, etc. se consideran aceptables y lo que interesa es trabajar con la función que cumplen en el paciente. Se mantienen los contenidos y se busca alterar su función, o dicho de una manera gestáltica, las terapias de tercera generación se ocupan del “cómo” y del “para qué” en vez del “qué”.
Las nuevas terapias dejan de lado la evitación o reducción del malestar, para ocuparse de que el paciente reconozca los eventos privados en torno a la sintomatología, revise sus elecciones personales, y acepte responsablemente sus consecuencias. ¿Acaso esto no es Gestalt?
Este cambio de coordenadas aboca también a una reflexión del individuo sobre los que hasta ahora se han considerado grandes valores de la salud psicológica, consensuados además socialmente, como son la explicación, el control, la predicción y la eficacia. Resulta que ahora aparecen en escena la comprensión, la sensibilidad, la acción y el significado, valores que explícita o implícitamente transmitimos en la terapia Gestalt.
Y claro está, esto nos remite a contemplar el malestar con perspectiva existencial, de manera que el mismo hecho de vivir y afrontarse a uno mismo, es la esencia de la aceptación y el cambio, en esa dualidad paradójica y totalmente conciliable. ¿A que suena a filosofía gestáltica?
Hay un amplio catálogo de teorías, métodos y procedimientos que se arraciman por similitud en estas corrientes de renovación psicológica. Aún parece pronto para que los analistas de la metodología terapéutica las clasifiquen y agrupen, al estilo de los llamados “programas de investigación” a que se refiere el filósofo de la ciencia Lakatos. Exploremos un poco.
Aceptación frente a evitación, compromiso personal frente a dependencia
Uno de estos racimos, comprende terapias con nombres muy sugerentes como por ejemplo la Terapia de Aceptación y Compromiso, la Terapia Dialéctica, la Psicoterapia Analítica Funcional y otras. Me llaman la atención porque han validado un concepto al que yo mismo me he referido en alguna ocasión como ejemplo de propuesta de una psicopatología propiamente gestáltica y que se trata del tipificado Trastorno de Evitación Experiencial (TEE).
Desde el punto de vista de este grupo de terapias, arrastramos una patología social fruto de los supuestos logros de la sociedad del bienestar, que tanto ha marcado el cauce de desarrollo de la psicología y la psicoterapia. Sin negar sus ventajas en muchos aspectos, hemos confundido el objetivo del bienestar, con responsabilidad y autotrascendencia, por un intento de asegurar un área psicológica de comodidad y el disfrute inmediato. Bajo esta premisa de lo que es vivir, el dolor es sinónimo de anormalidad y de enfermedad, siendo objetivo básico “estar bien” y, además, “siempre”.
Han descrito el TEE como un patrón inflexible (o gestalt fijada) que consiste en que para poder vivir se actúa bajo la necesidad de controlar y evitar la presencia de pensamientos, recuerdos, sensaciones, emociones, y otros eventos privados de signo negativo (malestar), así como en una búsqueda persistente de eventos privados positivos. Dicho de esta manera, ¿Cuál es el margen de darse cuenta en el que funciona la persona? O bien el darse cuenta es mínimo, o se genera fantasía sobre los eventos negativos para difuminarlos, o incluso para camuflarlos como positivos, o se escotomiza una parte indeseada de la realidad.
Así que siendo la terapia Gestalt una terapia experiencial, este concepto de evitación de la experiencia parece ser básico también en nuestro modelo terapéutico. Sin embargo, la afinidad no es total y el enfoque de una de las terapias que consideran clave el TEE, la Terapia de Aceptación y Compromiso (TAC), difiere del gestáltico en algunos aspectos. En Gestalt buscamos la experiencia directa del aquí-ahora, dando por hecho que desarrollar o recuperar esa capacidad es sanadora y autorreguladora en sí misma. En la TAC existe una estrategia de fondo: desarrollar acciones que tienden a objetivos en direcciones personalmente valiosas. La Gestalt mantiene su espontaneidad e intuición mientras que la TAC sigue recurriendo a la estrategia y al control, aunque sean moderados.
Veamos un ejemplo comparativo. A partir de una pregunta típicamente gestáltica como ¿Qué te dice tu experiencia (tu pensamiento, sueño, dolor, sensación, emoción, etc.) al hacer esto? se desarrolla la aceptación, incluso del sufrimiento normal cuya resistencia lleva al sufrimiento patológico. En un segundo momento se desarticulan, quizá como herencia de la reestructuración cognitiva, los procesos verbales y de enjuiciamiento que la cultura del sentirse bien amplifica, dando ahora legitimidad al dolor, la frustración, el vacío y cualquier emoción de representación social negativa. El desenlace de la TAC lleva a consolidar esa aceptación, y a tomar decisiones y llevar a cabo acciones coherentes con los sistemas de valores personales y con los que se está comprometido. Aquí, de nuevo, compromiso, responsabilidad,… conceptos también claves en la terapia Gestalt.
Me ha resultado interesante recoger otro concepto para enfocarlo gestálticamente. Es un recurso técnico de la TAC que sigue al análisis funcional del problema, al comienzo de la terapia. Se trata de facilitar la llamada experiencia de Desesperanza Creativa, una especie de indicador de la TAC que se procura en diversas ocasiones a lo largo del proceso. Viene a ser una especie de aceptación de la neurosis, en tanto que recoge las estrategias erróneas que el paciente ha intentado sin éxito para solucionar sus problemas mediante mecanismos neuróticos, apoyo en el exterior, etc.
Siendo una experiencia dolorosa en sí misma es claramente confrontativa de la estrategia adoptada por el paciente para aliviar el malestar. Haya intentado zafarse del malestar mediante su evitación, negación, control, manipulación, etc., eso es lo que en definitiva constituye el problema y no los acontecimientos privados en sí mismos, por lo que la salida alternativa es, precisamente, su aceptación. El malestar tiene ahora su sitio en el campo experiencial. A partir de ahí, el paciente aprende a dar prioridades, y a valorar lo que realmente quiere para su vida. Algo así como comprender de sus intentos fallidos que “por aquí no es”.
Reflexiono que en cierta dimensión existencial esta técnica de la Desesperanza Creativa lleva al paciente a una experiencia que se corresponde, en otro plano, con la Indiferencia Creativa, siendo la actitud de desapego la que hace la diferencia de nivel. En el primer caso, de desesperanza, es muy obvio el potencial de la atención intencional, para que esa desesperanza, ese vacío de proyecto vital, de solución, evolucione hacia una nueva dirección de valor. En el segundo caso, la atención es desnuda, al estilo budista, y el punto cero, de indiferencia, se convierte en vacío creativo, fértil, dándose la evolución de forma espontánea y organísmica.
Mente plena, contínuo atencional, fluir de la conciencia, meditación
Pues sí, también encontramos esto como nuevas terapias. En el campo que estoy considerando lo llaman Mindfulness, un anglicismo que podemos traducir por mente plena y que lo redefinen como atención y conciencia plena, presencia atenta y reflexiva a lo que sucede en el momento actual.
Este modelo terapéutico se agrupa junto con determinados tipos de relajación, desarrollos de la consciencia corporal, la relajación progresiva, y el entrenamiento autógeno; también con programas cognitivos de meditación. A efectos de este artículo, y aunque hay diferencias importantes, podemos considerar un grupo más amplio que dé cabida a la autohipnosis, sugestión despierta, hipnosis despierta, y otras.
En la evolución de estos métodos se ha llegado recientemente a establecer un contínuo entre la práctica de las técnicas y la vida activa, aplicándose la terapia con ojos abiertos, hablando, caminando y realizando tareas cotidianas. Esto es aplicable tanto al conjunto de las técnicas sugestivo-hipnóticas como a las meditativas.
Me centraré en el Mindfulness (por ahora en la literatura psicológica se usa este término, sin traducción), que se basa en la meditación, la concentración en el momento y el dejar que las cosas ocurran. Este método, con una teoría pragmática que lo sustenta, requiere el desarrollo de una actitud favorable y para ello se cuenta con un protocolo de trabajo para centrarse en el momento presente, abrirse a la experiencia, lograr la aceptación incondicional, elegir las experiencias en que uno se enfoca e implica, y prescindir de las funciones de control. Elementalmente como la terapia Gestalt.
En esencia, este planteamiento psicológico no aporta nada a una práctica adecuada y profunda de meditación, si pensamos en meditación como algo más que la técnica específica y la generalizamos a una actitud y un hacer en la vida cotidiana. Esto es lo que en último término se busca en la práctica del yoga, el tai-chi, y las diversas formas de meditación propiamente dicha, sea cual sea su tradición de procedencia. Me parece que los autores que presentan el mindfulness como novedoso han pretendido extraer el pragmatismo de dichas prácticas, pasando el conocimiento tradicional por un proceso de investigación positivista y por un estilo de modernidad.
Dimensionando esta terapia, es una técnica o conjunto de técnicas que tiene buena acogida entre las terapias de la tercera generación del conductismo. Sin embargo, sus autores conscientes de que lo han tomado principalmente del budismo consideran también sus ideales tradicionales, como por ejemplo el de vivir el momento presente. Casi por primera vez desde Skinner podemos hablar del conductismo como una filosofía de vida. Y, en esto, comparte con la Gestalt la trascendencia de la técnica para convertirse en una actitud, una filosofía y un estilo de vida.
La literatura sobre el mindfulness descarta cualquier indicio de doctrina o creencia religiosa o espiritual, que es el contexto original de las prácticas meditativas Por ello le falta, hoy por hoy, integrar gran parte del conocimiento tradicional, comprender e incluir sus conceptos poético-místicos no tanto en su literalidad sino en su significado psicológico. Esto ya lo hizo en su momento la Psicología Transpersonal, que ha estudiado e investigado científicamente, mucho antes de esta oleada de terapias, la meditación como técnica, los estados de conciencia como objeto psicológico, y el lenguaje tradicional como un lenguaje prepsicológico (es decir, que ya contenía los conceptos a los que hemos puesto otro nombre en la psicología moderna).
Volviendo al pragmatismo del mindfulness, se presenta como una terapia en que se entrena al paciente para que observe su cuerpo y lo describa, centrándose en el momento presente y sin valoración alguna. En otro aspecto, haciendo uso de la operativización conductual, el terapeuta da instrucciones como por ejemplo centrarse y sentir las cosas tal y como suceden, sin buscar el control, sin pretender cambiar nada, dejando fuera lo que se valora que tendría que suceder o lo que sucedió. Se aconseja también poner por delante los aspectos emocionales y estimulares frente a su interpretación. Y a la base, la aceptación total de la experiencia, tanto de lo positivo como de lo desagradable (algo que también propugna la TAC). Creo que esta manera de trabajar es común a la mayoría de los terapeutas gestálticos y no nos aporta nada nuevo que no haya sido escrito por C. Naranjo en sus nueve principios de la filosofía de vida de la Gestalt. Respecto a la similitud entre la Gestalt y la Meditación, F. Peñarrubia se refiere a Naranjo para definir el contínuo atencional gestáltico como una meditación vipassana interpersonal.
Para resumir, recojo algunas características clave del mindfulness que encontramos en una temprana revisión de la literatura científica: es no conceptual, centrado en el presente, no valorativo, intencional, con observación participativa, exploratorio de la experiencia perceptiva y emocional, y liberador. En fin, que aunque estas características suponen tal cambio en el modelo conductual que permite hablar de una tercera generación, no hay nada que no sea típico y habitual en la terapia Gestalt, desde sus comienzos a la actualidad.
Lo que me resulta interesante y sugerente es que han dado nombre a esa entidad llamada mindfulness, cuyo nombre toma el modelo en sí, hasta el punto que se considera como un constructo de la personalidad. Los empiristas se interesan incluso en medir cuánto mindfulness tiene una persona, y cómo afecta factorialmente a diversas dimensiones psicológicas y procesos concretos. Por ejemplo, algunos estudios en curso apuntan a saber qué capacidad tiene la persona para dejarse llevar por las sensaciones que percibe y permitir que determinadas actividades autónomas sigan un proceso natural de autorregulación.
Con esta operativización encontramos ya estudios de aplicación en tratamientos de la personalidad límite, la depresión, dolor crónico, problemas inmunes, trasplante de órganos, cáncer, trastornos de ansiedad, alcoholismo y drogodependencias, y otros. La autorregulación organísmica es el ABC de la terapia Gestalt, pero lo que aún no hemos llegado a hacer es operativizar y documentar los tratamientos. En esto creo que tenemos mucho que aprender como colectivo profesional.
El sentido de la Gestalt Positiva
He revisado el Mindfulness como una técnica que ayuda a expandir la conciencia a una percepción amplia, incondicional y avalorativa de la experiencia. Esta técnica, además de ser un fin en sí misma, está incrustada en otras terapias, como la Terapia de Aceptación y Compromiso que recoge la experiencia en su totalidad, aceptándola en sus aspectos positivos y negativos, y lleva a adoptar un compromiso en una dirección de valor. Lo novedoso de estos enfoques es que acogen la experiencia negativa, sin pretender rechazarla o controlarla.
En lo que sigue a continuación me voy a centrar en una perspectiva también novedosa en la psicología clínica, ya que si hasta ahora se ha evitado el acogimiento de la experiencia negativa, aún hemos estado más lejos de considerar como objeto de la terapia los aspectos positivos del funcionamiento humano.
Y quizá esto sí sea novedoso también para la propia terapia Gestalt. Se basa en cambiar el punto de vista de la función terapéutica, ya que si hasta ahora nos hemos ocupado con cierta eficacia de los problemas psicológicos, de las patologías, trastornos o deficiencias, no hemos desarrollado metodologías capaces de promover el bienestar y la felicidad.
Claro está que el objetivo ha sido siempre la salud, pero ésta no se ha buscado de forma positiva, es decir creando salud, sino que se ha buscado por paliación del síntoma o conflicto. De fondo subyace la creencia de que la salud mana sóla de la fuente y cuando no mana, basta con quitar los obstáculos o bloqueos para recuperar su flujo natural.
En consecuencia, el terapeuta mira primero hacia el malestar, el dolor, la neurosis. Esta actitud negativa de la mayoría de los terapeutas gestálticos, entre la que en cierta medida me incluyo hasta ahora, nos ha llevado a pensar en el paciente de forma negativa, buscando limpiar y sanear lo podrido con la confianza de que lo sano crecerá por sí solo, en virtud de la simple autorregulación y por una tendencia natural a la salud.
En lo que a mí respecta, en ocasiones llevo al paciente a explorar lo positivo, como una forma de integrar una polaridad a veces ignorada o descuidada, sobre todo si está sumido en la queja, el pesimismo y la carencia. Pero esto lo hago en la misma manera en que al paciente patológicamente optimista, instaurado en una gestalt fija de bienestar y sin problemas, le llevo a explorar la polaridad temida del dolor, la frustración y el conflicto.
También a veces entro en la experiencia del juego, el disfrute, la búsqueda del placer, la diversión, el chiste, etc. como una forma de relajar las defensas, y también como un bálsamo para personas que han sufrido mucho, han pasado una crisis traumática o están deprimidos y necesitan recuperar optimismo para su vida.
Aunque soy de talante optimista, en el ejercicio terapéutico he tendido más a la visión negativa. Las escuelas terapéuticas que más me han influido tienen en común una visión negativa del paciente: una tipología del carácter que resalta deficiencias en su desarrollo o errores esenciales, un procedimiento de diagnóstico basado en sus síntomas o disfunciones, una taxonomía de los mecanismos defensivos que operan inconscientemente para preservar su equilibrio neurótico, etc. Además, todo un despliegue de advertencias sobre sus intentos de manipulación, de autoengaño, de beneficios secundarios, etc como estrategias más o menos conscientes.
Según este modelo terapéutico, que se organiza en torno al postulado de una dimensión inconsciente de la experiencia, hemos recurrido a metáforas (taponamiento, podredumbre, acorazamiento, etc.) mediante las que pensamos en la terapia como un desbloqueo, una desactivación, un restablecimiento, etc., es decir, una visión negativa. Pero estas metáforas quizá sean limitadas. Necesitamos otras en que el objetivo final se ponga en lo positivo por sí mismo, así como los medios para alcanzarlo.
Por esto quiero incluir al final de este artículo las sugerencias que podemos tomar de las terapias englobadas con el título de Psicología Positiva. Este grupo trae en sus planteamientos una visión existencial positiva del ser humano. Por parte de la terapia Gestalt, si bien ha asimilado completamente la responsabilidad y el compromiso con la existencia, también ha estado imbuida por un existencialismo negativo, enfocado a la falta de un sentido para vivir, la alienación, la soledad y la angustia.
La Psicología Positiva (sin que aún la etiqueta esté clara en los medios psicológicos) tiene como objeto de estudio el bienestar subjetivo, las fortalezas y los factores que contribuyen a la felicidad de los seres humanos. Para clarificar la perspectiva, podemos tomar el ejemplo de la depresión, que sea cual sea el modelo explicativo, no es sólo presencia de emociones negativas, sino también ausencia de emociones positivas. Desde esta óptica, el tratamiento puede procurar aceptar la apatía, tristeza, indefensión, rabia, etc. pero también, e incluso en vez de, puede ocuparse de estimular y desarrollar alegría, ilusión, esperanza, etc.
Las investigaciones en este campo parece que desvelan que las emociones positivas (más correctamente dicho, una emotividad basal positiva) desempeñan una función amortiguadora y protectora del trastorno. Pero aparte del planteamiento sintomático, este enfoque nos lleva a reconectar con la actitud de los psicólogos humanistas, que ya desde Rogers y Maslow pusieron sus miras en los aspectos positivos del ser humano. El terapeuta humanista confía plenamente en la capacidad del paciente para vivir su vida apoyándose en sus propias cualidades positivas, desarrollando las capacidades necesarias, y buscando los recursos adecuados. Es decir, el autoapoyo, pero no sólo como meta sino también como punto de partida.
Pensando en la tendencia natural a la autorrealización, la pirámide de necesidades propuesta por Maslow es una guía terapéutica fiable. Probablemente también lo sea la guía de Fortalezas del Carácter y Virtudes que propone Seligman (un pionero de la psicología positiva), y que se agrupan en: sabiduría y conocimiento, coraje, humanidad, justicia, moderación y trascendencia. Su línea de investigación destaca que de todas las cualidades positivas, las que correlacionan con la satisfacción por la vida son: gratitud, optimismo, entusiasmo, curiosidad, capacidad de amar y de ser amado. Así, la terapéutica positiva se orienta al desarrollo de las fortalezas más débiles y al apoyo en las más fuertes.
Dentro de este grupo de Terapias Positivas, difícilmente distinguible de estrategias preventivas y de higiene, encontramos enfoques que tienden específicamente al cultivo de las Emociones Positivas. Desde la terapia gestalt, fácilmente podemos adaptar algunas estrategias cognitivas para reevaluar los acontecimientos adversos, el aprendizaje del optimismo, la terapia de la risa, las escenificaciones cómicas y de clown, etc.
Siguiendo el rastro a la literatura sobre las emociones positivas, salta a la vista que muchas investigaciones se refieren a situaciones traumáticas y catastróficas. En ellos se describe cómo el trabajo con la emoción positiva ha sido fundamental para fortalecer las capacidades del individuo en su autorregulación y a medio y largo plazo para evitar las recaídas.
En esta línea, los estudios de casos de trastorno postraumático, especialmente los ligados a catástrofes de alcance social, han permitido diferenciar pacientes en base a su capacidad de resistir estas experiencias e incluso de rehacerse de ellas. A la base está la capacidad autorreguladora del organismo que ya conocemos en nuestra teoría gestáltica. Una nueva aportación que puede interesarnos es el concepto de Crecimiento Postraumático, la posibilidad de aprender y crecer a partir de la experiencia adversa.
Englobadas estas capacidades adaptativas bajo un término denominador común, la Resiliencia, nos encontramos ante el reto de una reformulación gestáltica de la homeostasis y la autorregulación, que considere la resiliencia tanto en situaciones traumáticas (violencia, accidentes, etc.) o críticas (duelos, perdidas, etc.) como ante circunstancias cotidianas.
Quizá el punto de partida para este desarrollo teórico-práctico pueda ser el Ajuste Creativo de Goodman. En ese caso tampoco estaremos lejos de los planteamientos de la Psicología Positiva que considera la Creatividad como otro de sus pilares fundamentales.
Sin extenderme más en este tópico de la creatividad en la terapia diré que, no he encontrado aportaciones especialmente valiosas a lo que ya conocemos en Gestalt, considerando sólo lo escrito por P. Goodman y J. Zinker.
Para terminar voy a ilustrar un aspecto de la creatividad visto desde la psicología positiva. Se trata de los Heurísticos, reglas simples que ayudan a explorar nuevos caminos. Como ejemplo, apropiado para la supervisión, tomemos el supuesto de un terapeuta que no sabe por donde seguir en una terapia, algo así como que hubiese llegado a una Desesperanza Creativa. En su caso podríamos recurrir a heurísticos clásicos como éstos: “generar hipótesis analizando estudios de caso, usando analogías, considerando excepciones e investigando paradojas”; en otro plano: “hacer lo familiar extraño”; y en otro: “cuando todo falla intentemos algo contraintuitivo”.
Finalmente, tres desenlaces con un apunte a la integración. Primero, relacionar el Ajuste Creativo (P. Goodman) con la capacidad heurística que es la que permite a un organismo o sistema guiarse en los descubrimientos y realizar innovaciones positivas para sus fines (A. Newell). Segundo, considerar lo limitante de un tipo de atajo heurístico que impide tender positivamente al crecimiento cuando en una situación de incertidumbre cabe una pérdida (D.Kahneman) y se resuelve por deflexión. Tercero y último, experimentar la clásica paradoja aparente (W. Rogers) que ocurre cuando movemos un elemento (teoría, técnica, etc) de un conjunto (gestalt) a otro conjunto (las nuevas tendencias mencionadas) y comprobamos que crece la media (consistencia y validez terapéutica) en ambos. Y viceversa.
Referencias bibliográficas
Me remito a dos ejemplares de la Revista del Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos:
- Varios autores (2006) Nuevas terapias psicológicas. Papeles del psicólogo, vol 27, nº 1.
- Varios autores (2006) Psicología positiva. Papeles del psicólogo, vol 27, nº 2
También pueden consultarse varios artículos sobre estos tópicos en www.infocop.es